miércoles, 5 de marzo de 2008

La Mente HumAna Miente

Cuando llegas a una convicción tal en la que crees a ciegas en los productos que fabrica tu imaginación, una de dos, o te medicas o te que quedas en la puerta del circo. Esta última opción supone llorar como un niño pequeño al que le han castigado sin espectáculo porque su padre ha preferido entrar con su nueva novia: sólo tenía dinero para dos. Detesto los medicamentos así que la solución, en mi caso, es trabajar en la taquilla o mejor, ser la encargada de la reventa.

El caso es que no, Marta y Clara no estaban en la puerta de mi casa por mucho que diera yo vueltas a la manzana. Como remate a este desperfecto absolutamente inventado, volvió el insomnio. Y ya van tres noches seguidas. La angustia se reproduce sin métodos anticonceptivos posibles porque sé a cuento de qué vienen estas noches explosivas. De esta calaña de noches han salido vomitadas decisiones importantes y pensar que tengo que decidir algo porque tengo insomnio me quita el sueño. Así que suelo últimamente hacer un ritual nocturno variado que incluye fumar, tilas dobles, paseos de habitación-salón-entrada-cocina y viceversa con, en ocasiones, variaciones de recorrido por el pasillo. Mientras tanto Fer, efectivamente, duerme detrás de la puerta de su cuarto, como si tuviera seis meses de edad. Bendito él. ¿No me estará robando mis horas de sueño? Otra de mis aficiones cuando me convierto en alma en pena a las tres de la madrugada es escribir cualquier letra tras otra. Vocales y consonantes en una orgía sin árbitros. Intercambios de parejas, juegos, posturas imposibles, combinados de todo tipo... Ellas hacen y deshacen sin perder la compostura. Alguna pierde las bragas, eso sí, por las prisas.

Casi siempre escucho las sirenas de bomberos. Maldito fuego que no existe en esta ciudad, pienso. Aquí los gatos en los árboles son accidentes de coche y los libros no se esconden pero nadie los encuentra. Notas y más notas sin conexión que podría guardar en una bolsa de basura. Podría quemarlas y llamar luego a los bomberos, que no sabrían cómo actuar. No sabrían que eso sí sería un verdadero incendio.

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